miércoles, octubre 20, 2010

Cuadros en los cristales.

Otra vez, ese día deslizándose por la seda de la repetición. Seda difícil de asimilar. Seda que se escapa de las manos.

De nuevo, el precipicio se extendía ante sus ojos, vacío, incólume, indomable. Y ese coche en el que estaba D. El mismo que ayer; el mismo que mañana. El mismo en el que se entretenía pintando en sus cristales, sobre todo en el que estaba enfrente del asiento del conductor. De nuevo, las nubes del limbo, tranquilas, renacían de las cenizas muertas de la nada. Danzaban felices sobre la superfice cristalina, sin preocuparse de si aquél era el sitio en el que tendrían que haber aparecido, del pasatiempo de la vida de rascacielos, de caballos que aún no habían sido domados por el látigo de hormigón; al fin y al cabo, pasatiempo de un tiempo. ¿Por qué pintar? Porque las nubes contagian el vicio del vacío, del no saber pero, sobre todo protegen del miedo y de esa sensación de vértigo que se experimenta ante el precipicio Realidad. Porque a veces éste abre su boca y sus dentelladas son terribles, despedazando el corazón en mil pedazos o quizás perturbando la paz de la razón, congelando la existencia o creando gotas de lluvia que lo empapan todo, que absorben, sin miramiento ni perdón. Pero, del mismo modo que D. pintaba nubes, se pueden pintar arco iris, bosques, etc., pues tal y como el arte abraza la selva Diversidad- que atraviesa todos los pulmones de existencia; que lo impregna todo- todo cabe en el saco del olvido. Pero, un día pasó que D. no pudo pintar. Por mucho que buscó no encontró sus pinturas mágicas de la ignorancia ¿o quizás fue ella quien no quiso traérselas? No lo sé. El caso, es que cada vez los sonidos de la verdad se oían más fuertes. Arañaban. Desgarraban. Hacían jirones en la piel. Aquello duró un tiempo, hasta que D. decidió enfrentar el asta de los hechos, tocarla con sus propias manos, cargarla en su mochila, compañera de caminos, y ¿qué otra cosa se puede hacer cuando la evidencia nunca se quiere ir? Su molestia presencia te acosa en los rincones, en los mapas del mundo. Afrontó; tuvo que hacerlo y ¿qué descubrió? Que aquello es como una dulce gominola, que aunque amarga al principio, luego va escribiendo el masticar de una rutina. El aguijón leve de la nostalgia, algo extraño, como la brisa de un recuerdo no vivido, lejano, como un teléfono en el mar, pica a veces en una sorpresa o quizás, no tanta. En ese instante encuentra en ocasiones, incluso, la sonrisa de un sabor dulce: al menos ya ve la verdad. D. sonríe por este nuevo descubrimiento, aunque pueda volver a esconderse, alguna otra vez, dentro del coche para crear de nuevo cuadros en la ventana, alérgicos a la luz del sol.

7 comentarios:

Pugliesino dijo...

El vaho de la imaginación y de un instante feliz nunca se desvanece.

Feliz finde! :)

Rivera Fotografía MANTA 0991067531 dijo...

Hola Esthercita... tanto tiempo sin visitarte,, he sisdo un ingrato.... me da gusto ver que sigues escribiendo letras tan bellas y profundas... un abrazo

Dinorider d'Andoandor dijo...

bonito leer el post y más al ritmo de la bella canción, no había visto el video

Maat dijo...

Me han gustado mucho esas primeras líneas en las que el día se deslizan como la seda...

El precipicio siempre asusta al que tenga vértigo :)

Un besote

Javier Muñiz dijo...

Hola, bello blog, preciosas entradas, te encontré en un blog común, si te gusta la poesía te invito al mio, será u placer, es
http://ligerodeequipaje1875.blogspot.com/
muchas gracias, pasa buena tarde,besos.

Javier Muñiz dijo...

Hola Esther, gracias por tus bellas palabras, un placer leerte, pasa buen sábado, gracias, besos.

Patricia dijo...

Y a veces nos faltan los colores para pintar nuestros suenyos...
Linda historia, me arranco un suspiro,
besos,