miércoles, enero 27, 2010

Visitantes secretos.


Deviantart.

Se fueron las horas, los minutos, los segundos. Se ahogaron las risas, los rostros, los toques de compañía. Y los paisajes alargaron sus distancias. Y los sueños quedaron colgados en el guardarropa de estrellas. Se fue una lágrima, un corazón, un pétalo agonizante. Se fue el mago, el coco, el ratoncito Pérez. Se fue la bebida, el cigarro, la comida. Todo se fundió en la multitud desordenada del mundo. Sólo quedaron los pies, que abrirían nuevas puertas del mundo.

La pared está repleta de marcos vacíos, de sombras huecas, de voces sin voz. Y es en el patio de los recuerdos, donde se respira una brisa suave de hojarasca que trae consigo poemas de ayer. Grita la cabellera andante de los árboles, llora la nostalgia, llueve la memoria, hasta quedar dormidas. Y los pies seguirán cruzando la verja del horizonte, desvelando misterios que tarde o temprano se agregarán al poemario.
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χαμόγελα me dio este regalito. ¡Gracias!

viernes, enero 22, 2010

¡Craso error!

El autobús, lento hipopótamo de cuatro ruedas, deslizaba sus pies con el suave sigilio de una caricia; como siempre, el trayecto enrevesado, los semáforos, el humo denso del tráfico y el baile incesante de la ciudad, impedían que ganara a las estrellas de ojos fugaces. También estaban las paradas, que contribuían a ese caminar entorpecido, atontado, sin ritmo de mar.

Un nuevo stop, trajo consigo un nuevo reguero de cuerpos, vestidos de anonimato insípido, de un reconocimiento que anulaba la oscuridad, pero, a Jesús, hubo uno que se le antojó especialmente delicioso. Para su suerte, no se colocó muy alejado de él, sólo unos centímetros más adelante. Lentamente, fue recorriéndolo, adivinando cada tramo que escondían las cortinas inoportunas que guardaban sus secretos; primero, el pie; un delicado tobillo de porcelana; las piernas de brazo gitano, que parecían acabar en la graciosa campana de las caderas- no se veían bien: el tosco abrigo las secuestraba con su abrazo- pero, no importaba: lo bueno de la mente es que puede dibujar sin pinceles cuando agarra en el aire un respiro de imaginación. Así que siguió resolviendo la ecuación de lo físico, de las paredes que no dejan ver: ahora, la tripa y fue ascendiendo por el tronco del árbol... hasta llegar a la dormida turgencia de las montañas. La mirada animal siguió trepando... Cuello;pronto se acercaría a esa zona ovalada que pondría rostro de identidad, pero, al llegar ahí, no encontró lo que esperaba: la aspereza de una barba varonil, de un improvisado césped cortado a maquinilla, sustituía lo que debía haber sido seda. Entonces, su baile de hormonas murió marchitado.

viernes, enero 15, 2010

Por un botón.

El coche empezó a chillar con su agudo pitido de furia contenida, cortando las ondas del ese mar mediterráneo, ahogando el sonido de sus cabellos danzarines, robándoles su canción. También arrinconó al semiletargo del parking. Y el desespero envolvió al dueño con su capa, un hombre amante de lo manual, incapaz de contener ese alarde de libertad.

- ¡Oigan! - dijo exasperado a una familia que pasaba por ahí: un hombre, una mujer y un niño - ¿Me pueden ayudar, por favor? ¿Cómo puedo parar esto?

La pareja dibujó un gesto de ignorancia, se encogió de hombros...

- No lo sé- dijo el hombre- Sino llame a la grúa...

- ¡No! ¡Hay que darle al botón del mando! ¡Dale al botón! - gritó el niño. Pero, sus palabras se perdieron como las plumas que mueven las gaviotas, como sus graznidos de significantes sin significado o, mejor dicho, cargados de secretos escondidos tras las puertas de nuestro entendimiento.

Gritos latentes en el tiempo, molestos, afilados, punzantes. Melodrama. Cuchillos. Crimen de las voces de paraíso. ¿Habría decidido quedarse en la curva del silencio? De repente, la esposa del sufrido propietario recordó:

- El niño ha dicho algo del mando... el botón... A ver... sí, aprieta ese botón. A ver qué pasa...

El dedo vacilante, titilante de inseguridad, de nerviosismo acelerado, apretó el botón. Así, la voz del demonio logró dormirse y perderse en el colchón de la no palabra, del lugar del que ese día no debía haber salido, por el bien de su propietario.

lunes, enero 04, 2010

Pies.

Distintas caras atrapan a veces al alma, distintos peces que nadan en el lago de la vida. Son territorios, al principio, inexplorados; aunque enseguida acaban haciéndose familiares. En ocasiones, te toman por sorpresa, quizás en un descuido y quién sabe cómo, de puntillas, van entrando. Entonces, absorben minutos de tu vestido de existencia: para bien, para mal: rostros de primavera que te hablan de sonrisas; gotas negras que dibujan perlas de cristal, de brumas de densidad, de caminos inestables. Pero, los pies pueden crear círculos de libertad, pueden crear bolas de oxígeno en las que escapar, pueden traerte tés exóticos del tiempo. Los pies son motores inquietos, que se adormecen en el sillón del sedentarismo. Los pies pueden traerte increíbles aventuras en el andar del tiempo : sólo hay que estar despiertos para ver; pueden ser los rostros que merodean alrededor, paisajes de espejo... Y la mente, se convierte en niña de ojos inexpertos y sonríe y se entretiene en un escenario de movimientos.

Hoy, perdí los bolsillos de secretos inhabitados, una vez más. Las plataformas móviles del cuerpo dibujaron huellas en el tiempo y sin saber muy bien cómo, o sin tener ganas de contarlo, se encontraron con esta imagen...




Cartagena (Murcia, España).

Un reino extraño ondeó su pañuelo, despidiendo sus notas de hechizo, tratando de atraer a los despistados paseantes y los pies se atrevieron a cruzar el umbral del mundo de misterios. Entonces, el peculiar señor, enjauló el presente, dejándonos verlo sólo a ratos, teletransportándonos a remotas tierras de cuenta atrás.

Para empezar, dejaba interactuar a los visitantes con diferentes juegos educativos.



Luego, nos abrió las puertas al mundo fenicio y nos dejó subirnos en sus barcos.




Y nos habló del Melkart, dios del campo, guardián de una ciudad llamada Tiro, guía de viajes y de todo lo relacionado con el comercio...



Nos enseñó sus peines de marfil...



preciosos tesoros (ámbar) que le fascinaban...



y telas, famosas en aquellos tiempos por ser las únicas en lograr un color violáceo nunca visto entonces.



Ya a bordo de un barco romano, nos ofreció comida.




Y nos habló del Garum, deliciosa salsa hecha con tripas y vísceras de peces, manjar innegable en una mesa romana. Además, el Garum, podía mezclarse con otros productos o utilizarse con fines medicinales. Y como buen anfitrión, nos dio a catar por lo menos diferentes olores...



También, nos contó que un ojo pintado en la cubierta del barco romano, no podía faltar: les protegería de maldiciones y otros golpes de mala suerte.



Continuó advirtiéndonos de las epidemias que allí y en todos los barcos, podían producirse, ya que a unos pequeños y molestos intrusos les encantaba inmiscuirse en los alimentos clandestinos de las bodegas.



Era increíble: por más que nos lo hubieran dicho, no nos lo hubiéramos creído, pero, los griegos, cosían sus barcos como prendas de ropa. Aún en el siglo XXI, se sigue haciendo esta técnica, en el océano Índico. Dicen que es muy efectiva.



Lo fácil es bajar; lo difícil subir- nos dijo - A la hora de subir, querido submarinista, no lo haga de golpe: despacito y buena letra; pues los gases del cuerpo pueden agitarse demasiado, volverse revoltosos y llevarle incluso a la muerte.




Así, trasladándonos al presente, por instantes, también pudimos observar el trabajo de los arqueólogos, con sólo tocar un botón. Esto de abajo, es un globo para recoger objetos debajo del agua, ya que aprovecha el movimiento natural del agua: es más fácil mover un objeto en el agua que en la tierra.



Las peculiares herramientas del reino , también te permitían "analizar" objetos de espacios pasados y te exponían sus conocimientos, adentrándote en sus profundidades.



- Miren lo que puede pasar con una anfora cuando yace, olvidada bajo el mar y no se la aplican tratamientos adecuados ¡miren! - también nos señaló otros objetos deteriorados, también sepultados por la ignorancia de un tiempo.



Después, por ventanas del tiempo, pudimos observar cosas tales como la vida en un barco romano. Los pasajeros y tripulantes no tenían camarotes. Se sentaban atropelladamente en la cubierta del barco: allí cocinaban, dormían bajo toldos improvisados, comían... y dejaban que el sol y las estrellas les tomaran. Además, los tripulantes se sometían a un yugo normativo estricto, pacientemente, como las aguas en calma: no podían hacer juramentos, ni bailar, ni mantener relaciones sexuales, ni cortarse el pelo ni las uñas.

Muchas más cosas nos contó este reino, tantas que quizás sería casi imposible coleccionarlas todas o atesorarlas en la autopista del tiempo. Además, él espera guardarles la emoción, la emoción de desvelar un secreto, de acunarlo entre sus propias manos. El reino se llama Museo Nacional de Arqueología Subacuática (en Cartagena).

Hoy los pies escribieron una nueva aventura; trazaron un paseo mágico en los círculos de lo físico. Los instantes quizás se deshicieron algunos pensamientos mudos, pensamientos que nunca hablarán o puede ser que de la pesada mota del aburrimiento; para ciertos momentos, no hay mejor medicina: dejar que el sol o la luna se posen sobre tu espalda.

viernes, enero 01, 2010

Demasiado tarde.

Una historia llegó a sus manos. Un relato. Una idea; la voz creadora le contó sus más recónditos secretos, uniéndolos con hilos de terciopelo, haciendo nadar las palabras por el fluir suave de lo natural, de lo inherente, de lo exento de sonrisas forzadas. Una narración jamás contada, una narración que sabía que todo el mundo recordaría y acomodaría en lo más profundo de sus corazones; un paisaje de palabras que harían historia.

Muchas lunas pasaron, dejando sus destellos de plata; desapareciendo en el recuerdo y volviendo a aparecer; desnudando ausencias y volviéndolas a vestir. Y las manos volaban con el susurro del viento, convirtiéndose en aviones, en pájaros invencibles por espacios de eternidad. Pero, toda tormenta ácida de carga, dejaría sonreír al sol entre sus nubes, tarde o temprano.

Aquella mañana, permitió que el descanso le adormeciera entre sus brazos; el monumento de su arte pronto formaría su cúspide, el pico final de conquista de universos. Bajó a la calle y se encaminó a su librería favorita, aquélla que olía al inconfundible romero de las casas de libros. Saboreó los títulos y los rápidos y atropellados avances de sus argumentos empaquetados, poco deshilvanados y desanudados. De repente, un libro le miró de reojo, sonriéndole, llamándole en silencios. Se abalanzó sobre él, leyó su nombre, se adentró en el argumento. Pero, de repente, la trama se hizo asombrosamente familiar: su historia había sido escrita tiempo antes, un tiempo que dolía.