domingo, enero 25, 2009

Furia.



La naturaleza ha despertado de su dulce letargo, lo sé: su frágil voz se ha mezclado con mi sueño, me susurra al oído, me acaricia la piel; a veces, no sólo cantan su canción de silencio las estrellas y la luna: en ocasiones, viene el clamor del viento o la acompasada e inconfundible voz de la lluvia. Otros visitantes también pueden unirse a la melodía de la noche: unos, más agradables; otros, menos. Pero, hoy es el aullido del viento el que se ha colado por el patio trazando círculos de libertad, proclamándola, gritándola. Y mientras, en el viejo tocadiscos de La Tierra, la canción de la noche llega a su fin, agoniza, muere. Entonces, sale el sol triunfal que con una música marchosa intenta despertar a todos los cuerpos, desde el primero hasta el último. No hay piedad, ni distinción.

Llevo un rato levantada y el viento sigue emitiendo sus notas de espiro. Ignoro lo que parece ser un rugido de su garganta y salgo a la calle y me pierdo entre los ríos de hormigón, sin ruta fija ni destino. Acabo en aquel parque solitario con un libro entre las manos. Estoy pero, no estoy. He dibujado una puerta con mis manos y me he sumergido (esta vez, en la Edad Media). Siento como el viento me revuelve el cabello y saca algún que otro mechón del semirrecogido. Me gusta esa sensación pero, su furia grita demasiado. Despierto. Un matorral arrancado de alguna parte viene rodando hacia mí pero, el inoportuno banco en el que estoy sentada, interrumpe su desenfrenada carrera. Alzo la vista y veo las blancas y esbeltas farolas: parece que su fuerza ha sido tragada por un ente oscuro y secreto, ambicioso de poder y se doblan como chicles. Me inquieto y considero regresar a mi casa. A mi paso, las difuntas ramas de los árboles y hojas descansan para siempre tras batirse con la espada de aire del terrible enemigo. Una infortunada maceta ha caído desde algún lugar y dicen que un televisor se ha precipitado al abismo gris. Al encender la televisión compruebo que realmente la naturaleza estaba furiosa: varios muertos por España y Francia, un incendio...

La naturaleza, enfadada multiplica su fuerza y como nosotros somos sangre de su sangre, a veces también ¿No lo han sentido alguna vez?

Sé que estas fotos están pasadas pero, no dejan de ser impactantes para mí. Se me ocurrió compartir algunas. Las hizo también aquel primo que ya mencioné. Uno de los mares más revoltosos de tierras españolas es el del País Vasco. Concretamente, estas fotos son del 11-3-2008.

domingo, enero 18, 2009

Realidad transformada.



Al final del pueblecito, por una de sus esquinas se dejaba ver la inmensa tierra desnuda. Las olas bailaban al compás de la música del verano; se alzaban altas, presumidas y altaneras ignorando que otros mares estaban un poco más cerca de tocar el cielo ¿Cuánto medirían? ¿Poco más de un metro? Pero, aquél, parecía ser el sitio en el que el mediterráneo se volvía un pelín más revoltoso (al menos en la Costa Blanca) sacaba su alma infantil y quería jugar. Sobre todo los niños, respondíamos a su incitación y disfrutábamos saltándolas. Algunos padres agarraban a sus hijos.

- ¡Qué viene la ola! ¡Que ya viene! - exclamaba alguno y juntos la enfrentaban.

Los parapentes parecían caer desde el faro y coloreaban el cielo azul de vivos colores.

Desde arriba, los pinos de la serranía miraban al señor azul, que tanto nos hacía disfrutar. Estaban muy cercanos a él como participando de toda aquella consonancia de sentidos. Una inoportuna carretera, un feo aparcamiento y unas pocas casuchas se habían instalado entre esos seres de copa y ramas pero, pese a que esa presencia molestó, en un principio, a los esbeltos hombrecitos de la sierra y tuvieron miedo con que acabaran aniquilándolos a todos, luego se tranquilizaron al ver que aparentemente los humanos llevaban varios años tranquilos y que no parecían otra vez interesados en construir en el suelo que sostenía sus pies. Así, que ahí siguieron, en su siempre de siempre, contribuyendo al latido del mundo mediante sus moléculas de oxígeno. Siguieron cantando con el mar o siendo cómplices del vecinito que se reía de Esther o de su hermana porque ni siquiera sabían manejar ni unos patines de cuatro ruedas,de la parejita que se adentraba en el bosque para quizás darse un achuchón o quién sabe de qué más secretos ahogados por el tiempo y el silencio.

Al cabo de unos años, los pies de Esther volvieron a peinar el pueblo. Habían hecho un paseo muy bonito donde los puestos de baratijas (en su mayoría) e incluso de música instrumental, que pretendía imitar temas famosos, se agolpaban a un lado del precioso embaldosado. La brisa del mar acariciaba miles de cuerpos, intentando aliviarlos del agobiante calor del verano. Esther llegó al final del paseo y del pueblo, miró hacia la sierra pero... ...¡¿qué?! Una marea blanca de casas había sustituido la verde pinada. Esther no había visto la sierra tan fea. Sólo se había decidido conservar de ella un reducidísimo espacio que en épocas de lluvia se llenaba de agua, siendo el refugio de miles de aves migratorias. Pero, a menudo los vecinos aseñorados se quejaban porque decían que los mosquitos acudían desesperados a devorarlos y pedían a gritos una fulmigación como si dirigieran la natura, ignorando que lo único que hacían era formar parte de ella. En consonancia, los parapentes también habían dejado de colorear el cielo y por esa zona ya se amontonaba la gente en la playa; era difícil encontrar un sitio: se apretaban unos contra otros como si estuvieran en una lata de sardinas, como sucedía antaño en la zona más edificada del pueblo. Sí, debía de ser lo que parecía: nada allí era como antes.

domingo, enero 04, 2009

El lugar desconocido.



Nos cuentan que existe un lugar que escapó de ser captado por los mapas geográficos, un lugar perdido del tiempo y el espacio ¿Cómo sabrán ellos todo eso que nos relatan? Supongo que será el susurro de las voces que vuelan libres por el viento, su alcance no conoce de finitos.

Uno de ellos dice que un hombre decidió cruzar el gran charco de agua y cual fue su sorpresa que se encontró con un trozo de tierra rodeado de soledad, habitado por otros seres distantes de su mundo, tiempo y espacio. Ellos al principio se asustaron mucho de sus ropas ¿Qué cosa extraña cubría su cuerpo como si fuera un edredón? ¿Qué era ese tejido que daba la vuelta a su cuello y tenía un estampado de cuadritos?

- Y ¿cómo se visten entonces?- interrumpe una a uno de nuestros improvisados narradores.

- No lo sé - ríe uno de ellos- nunca estuve ahí. Irán con taparrabos ¡yo que sé! ¡Ja,ja,ja!

Luego prosigue su relato y explica que el gran jefe- no diré el apellido que podría acompañarle, ya que me prometí no decir nada que pudiera delatar dónde se ubican- haciendo gala de una valentía y hospitalidad sin límites le recibe, acompañado de los suyos. Da unas palabras de bienvenida que son fielmente traducidas por el traductor de la tribu. También forma parte del ritual de bienvenida una bebida rara hecha con maíz y no sé qué más. Probablemente, el inocente y delicado visitante, si supiera el procedimiento de su elaboración se moriría del asco: entre otras cosas, en vez de batir, mascan pacientemente el maíz y cuando está bien triturado lo añaden a su pócima. Rechazarla seguramente sería una ofensa; si el forastero pasa esta prueba sin hacer ascos, el gran jefe sonreirá satisfecho y le considerará uno de los suyos. Compartirá con él sus mejores carnes, una de sus cabañas,etc. Por contra, si ve la repugnancia del foráneo en la cara, el gran jefe se sentirá furioso y entonces, dará la espalda al visitante, no le dejará acostarse en sus cabañas, ni compartirá con él sus alimentos, ni nada de nada; el visitante está solo. Si no tiene la suerte de tener una embarcación disponible para él en ese momento, tendrá que dormir fuera cuidando de que las posibles bestias salvajes no le devoren. También dicen que por aquellos lugares, el tiempo pasa despacito como a fuego lento, no como aquí que se escapa entre tus dedos y pasa acelerado asolando ciudades y semejantes, envolviéndolas en su locura. A menudo pienso en que me gustaría estar en alguno de esos lugares.